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Reseña de La República del Dragón, una

Después de los aberrantes actos de Rin, la tercera Guerra de la Amapola ha terminado y la paz ha regresado a Nikkan. Pero la rabia de Rin, espoleada por el dios Fénix y la traición de la emperatriz, le impide abandonar la lucha. 

De modo que viaja de un lado para otro junto al resto de los Cike, mientras las ansías de venganza y el opio la rompen por dentro. Al menos hasta que el jefe militar del Dragón acuda a su encuentro, ofreciéndole un propósito y una nueva guerra.

Una que le permitirá acabar con la vida de la emperatriz Su Daji, cumplir su venganza y crear la República del Dragón, una nueva Nikkan, libre, avanzada y democrática, que no pueda ser vapuleada de nuevo por ninguna potencia extranjera. 

Ficha técnica de La República del Dragón

La República del Dragón, segundo libro de la trilogía The Poppy War. La portada muestra a Rin, pintada con carboncillo, como si aterrizara después de un vuelo. De sus brazos brotan unas llamas que parecen las alas del Fénix.

Una novela que se adentra de lleno en la fantasía militar 

La Guerra de la Amapola, que reseñé hace unos meses en esta misma web, era una obra que tenía dos mitades muy definidas: la primera, que muestra los años de formación de Rin en la academia militar más prestigiosa de su país, y una segunda que se centra en el conflicto bélico que da el nombre al libro.

Si la segunda mitad del libro anterior te gustó, por tanto, es probable que disfrutes de esta segunda parte. A rasgos generales, la República del Dragón mantiene el tono de su primera parte, mostrándote la guerra en toda su crudeza y a una Rin que está cada vez más hundida en la miseria. Por su relación con el fénix, por la culpa por la decisión que toma al final de la primera parte, y porque el opio es lo único que la impide destruirlo todo con su poder.

Esta situación, como es de esperar, no se alarga todo el libro. Pero incluso cuando vuelve a estar sobria, Rin no es una protagonista heroica, ni buena. Ni especialmente inteligente. En muchas ocasiones, otros personajes le dirán que está tomando el camino equivocado. Pero les ignorará, racionalizará su decisión y continuará hacia delante, hasta que llegue el momento de la verdad y tenga que asumir las consecuencias de lo que ha elegido.

Los personajes de La República del Dragón

Una de las críticas más comunes que he leído de R. F. Kuang, es que sus personajes no son los más memorables, los mejor desarrollados, o aquellos con los que, como lector, es más fácil empatizar. Y esto, hasta cierto punto, es cierto. 

Salvo Rin, a la que acompañas a lo largo de todo el libro, hay pocos personajes que puedas considerar sobresalientes. Están bien construido, son sólidos y en su mayoría funcionan. Kitai tiene algunos momentos en el último tercio del libro que me encantaron, y la relación tan compleja que tienen Nezha y Rin me parece que está llevaba con maestría hasta las últimas páginas del libro. 

Pero al leer La República del Dragón y otras obras de R. F. Kuang, me da la sensación de que es el tipo de autora que al escribir sus obras prioriza la historia que quiere contar por encima de sus personajes. 

Y eso hace que, a excepción de estos tres personajes y dos o tres más, la mayoría reciban bastante poca atención. La obra tienes escenas más pequeñas y tranquilas, donde estos personajes interactúan, pero suelen centrarse en los personajes que la obra considera más importantes, y no en los demás.

Por otro lado, el hecho de que la historia esté narrada por Rin tampoco ayuda. Porque es una persona antisocial, con un carácter irascible, que tiende a aislarse de las personas a su alrededor y que íntima con casi nadie a lo largo de la novela. 

La llegada de Hesperia y la Compañía Gris

Una de las mayores bazas del jefe militar del Dragón, con el que espera ser capaz de combatir a la emperatriz Daji y el resto de nobles que le son leales, es conseguir que el país de Hesperia se una a la guerra y se ponga de su lado. 

Un país que, de algún modo, representa a la Europa de finales del siglo XIX y principios del XX, que posee una tecnología avanzada, con zepelines y armas de fuego, así como una religión que considera a los chamanes de Nikan como aberraciones que deben ser destruidas. 

A través de estos personajes y de la Compañía Gris, que está formada por eruditos y misioneros, Rin descubrirá sobre Hesperia, sus creencias religiosas y la visión que ellos tienen de los habitantes de Nikan. Una que es racista, prejuiciosa y que afirma, utilizando argumentos supuestamente científicos, que los compatriotas de Rin son un pueblo atrasado y salvaje, que no ha evolucionado del mismo modo que el hombre blanco.

Es probable que, si has leído Babel, muchos de estos argumentos te resulten familiares al leer La República del Dragón. Al fin y al cabo, esa ucronía de fantasía, que también reseñé en la web, se centraba en el imperialismo y las falacias que las potencias coloniales utilizaban para legitimar un juego que defendían como justo y que, en el fondo, estaba trucado para beneficiarlos a ellos.

En esta novela, en cambio, este tema se trata de forma mucho menos exhaustiva. La presencia de los Hesperianos es constante, pero no llega a resultar asfixiante del mismo modo que en Babel, y los principales antagonistas de la novela son, para bien o para mal, los propios habitantes de Nikan. 

¿Deberías leer La República del Dragón?

Si leíste La Guerra de la Amapola y disfrutaste de la segunda mitad de esta novela, diría que sí. La forma de narrar de Kuang y el tono son similares en La República del Dragón. La obra, además, hace un trabajo bastante bueno explorando las consecuencias de la decisión de Rin al final de la primera parte. Tanto a nivel interno, mostrando el sentimiento de culpa y cómo esta decisión estuvo influenciada por el sufrimiento que padeció al final del libro; como a nivel externo, con personajes que la admiran, desprecian, temen, o una combinación de estas.

En caso de que te gustara, pero el tramo de Golyn Niis fuera demasiado para ti, puedes respirar con tranquilidad: en esta novela no hay ninguna escena que, al menos en mi caso, me dejara con tan mal cuerpo como este segmento de La Guerra de la Amapola.

De lo contrario, lo mejor será no continuar. Porque la obra es continuista, tanto en la forma como en el fondo, y si no disfrutaste las seiscientas cincuenta páginas de la primera parte, difícilmente vas a sentirte más satisfecho al terminar las casi ochocientas que ocupa La República del Dragón

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